lunes, 22 de junio de 2009

La soledad de los números primos

Este es el título de la primera novela de Paolo Giordano, un jovencísimo licenciado en Física Teórica; ha logrado varios galardones y en pocos meses ha sido traducida a 23 idiomas.

Me atrajo el título al rebuscar en la mesa de novedades de la librería. Las curiosidades de los números primos me interesaron bastante cuando peleaba con las matemáticas al final del bachillerato. La elegancia y los misterios de la aritmética también me atrajeron en los primeros años de la carrera.

El estilo, la escondida complejidad de lo cotidiano, la forma de tocar las emociones, me recordaron a Susanna Tamaro; sin embargo el libro rezuma tristeza, melancolía, y hasta cierta desesperación. La prosa, la elección de las palabras, la profundidad psicológica, manifiestan un gran escritor, pero la moraleja, lo que sacas de la historia no me ha dejado buen sabor, quizás porque trata de personajes en general jóvenes, durante muchas páginas adolescentes, y en ellos siempre esperas optimismo, esperanza..., en fin lo mejor de la vida, al contrario de lo que ocurre en esta novela.

Espero que su siguiente obra me guste más.

miércoles, 10 de junio de 2009

Novela policiaca

Siempre me ha gustado la novela policiaca: a lo largo de los años he disfrutado de manera constante con los maestros del género. Mis últimos descubrimientos fueron Camilleri, Donna Leon y Mankell, y de ellos el que más me ha llegado es el creador de Montalbano.

La editorial Siruela tiene una colección - "Nuevos Tiempos" - que también me ha supuesto un descubrimiento, y una fuente de entretenimiento para las tardes de vacaciones. Autores como la francesa Vargas (recomiendo en especial "El hombre de los círculos azules"),  la china Wei Liang, o el israelí Batya Gur, con la saga del inspector Ohayon.

La última de esta serie que ha caído en mis manos está escrita por la cirujana india Swaminathan;  se titula "Los crímenes de Ardeshir Villa" y me ha gustado mucho: me ha recordado a lo mejor de Agatha Christie, pero ambientada cerca de Bombay y en un ambiente culinario.




lunes, 1 de junio de 2009

National Geographic

Los que me conocen saben que NG es mi revista de cabecera: soy suscriptor desde hace más de 30 años, espero la llegada de cada número en el buzón de mi casa todos los meses con ilusión, y si puedo lo empiezo a leer ese mismo día.

Sus fotografías, artículos de fondo, reportajes..., me hacen sorprenderme, y maravillarme, por la variedad y la riqueza de nuestro planeta, por la capacidad de adapatación de sus especies, incluída la nuestra, y me generan curiosidad, ganas de viajar, de llegar a verlo con mis propios ojos, de conocerlo para disfrutarlo.

En uno de sus últimos números hay un reportaje sobre la progresiva desertización del oeste de los EEUU, en concreto las regiones bañadas por la cuenca del río Colorado, que suministra agua a más de 30 millones de personas, desde Denver a Los Ángeles, hasta entrar en México a través del desierto de Sonora.
En el artículo se detalla una investigación basada en el crecimiento de los anillos de restos de árboles, y llega a unas conclusiones que me han dado que pensar: el siglo XX, hasta finales de la década de los 90, ha sido uno de los más húmedos del pasado milenio en esa zona; en concreto hubo un periodo extremadamente seco en el Colorado alrededor del año 900 que duró dos siglos; también han encontrado evidencias de una gran sequía de 150 años, que terminó alrededor de 1350. En ambos periodos no es necesario decir que esa zona del mundo estaba prácticamente despoblada.
Soy un firme creyente en que debemos cuidar con esmero nuestro planeta, en especial a medida que lo vamos llenando, que tenemos que luchar contra el efecto invernadero, y sobre todo esforzarnos en devolver lo que tomamos de la Tierra (aire, agua,...) en el estado más limpio posible, pero lo que se demuestra es que existen factores de calentamiento global, como las dos mencionadas sequías del Colorado ocurridas la Edad Media, que se deben a otras causas.
A propósito, estas sequías ocasionaron que los indios Anasazi, que habitaban partes de Nuevo México hacia el 1130, tuvieran que abandonar sus pueblos y emigrar. Ahora disponemos de mucho más conocimiento y tecnología, pero debemos ponerlos en buen uso para que podamos seguir disfrutando de la naturaleza por muchos siglos.